26.1.16

Él (II)

Bienvenid@s, aquí está otra vez La Moquette Brunette. 

…y tuve sensaciones que llevaban demasiado tiempo alejadas de mi piel. Un escalofrío erizó cada vello de mi cuerpo. No sabía exactamente lo que era, pero se parecía mucho al deseo. En ese momento no lo pensé dos veces y dije que sí. No reflexioné y no analicé que estaba siendo la segunda, otra vez. Quizás decidió escribirme para complacer a Mónica o, simplemente, para impresionarla –puede que ella le hubiera comentado que a final de año volvería a Madrid–. Pero también cabría la posibilidad de que me hubiera escrito porque le gusté; me temo que ya no lo sabré. 

Esa mañana pasó muy deprisa. Como todos los lunes, empecé con mi desayuno de campeona (RECETA: yogurt griego, avena, fresas, kiwi y plátano. A veces, le pongo un poco de canela o de esencia de vainilla, ¡delicioso!); luego me relajé en mi preciosa bañera. Al salir, muerta de frío, me enfrenté a lo más difícil del día: elegir el outfit

Quería mis dos “S” –segura y sexy–; pues debía parecer una mujer fuerte, que sabe lo que quiere y, sobe todo, que se quiere. También debía tener en cuenta que no iba a ir directa a la cita, pues primero me esperaba una divertidísima mañana en la oficina. Finalmente lo tuve claro: pantalones palazzo y camisa blanca. Como iba tan sobria,  jugué con los complementos y decidí darle a mis labios ese rouge intenso que los vuelve locos (TIP para las chicas). 

Al llegar a la oficina todo el personal estaba reunido para fijar los objetivos de la semana –sí, llegué tarde–. Estas sesiones suelen ser bastante largas y tediosas; pero la emoción y las ganas de que llegara la hora de comer hicieron que volara el tiempo. Hice algunos recados y, antes de que me diera cuenta, recibí la ansiada llamada. Él estaba en el vestíbulo esperando. Lo primero que vi al bajar fue su preciosa y esbelta figura. Se le veía un tanto nervioso –sus manos lo confirmaron–; pero a la vez emanaba un alto grado de autoconfianza. Dos besos y una rosa, ¡qué romántico! 

Yo solo tenía dos horas para comer, así que decidimos quedarnos por la zona y no adentrarnos en el terrible tráfico que suele haber a estas horas. Me llevó a Santceloni, –es difícil acceder a este restaurante sin reserva, pero si eres “amigo” de chef todo es posible– dijo Él. Todo iba de maravilla, su caballerosidad me dejó anonada. Hacía muchísimo tiempo que nadie me abría la puerta o que me retiraba la silla. Pero –siempre tiene que haber uno en esta vida– todo empezó a estropearse cuando vinieron a pedirnos la orden, ¡no me dejó ni mirar la carta de entrantes! Eligió lo que le pareció para ambos, lo mismo hizo con las bebidas, primer plato, segundo y, ¡oh no!, con el postre. Por otro lado, no dejó de hablar  –más bien chillar– en tooooda la comida; ni siquiera a la hora de masticar… La situación se hizo cada vez más y más insoportable, tuve que retirarme un momento para respirar. 

Ya en el baño, sin contener las lágrimas, me empecé a desahogar (le escribí un mensaje, para nada educado, a Mónica y le conté todo lo que estaba pasando). ¡Cómo una persona que parecía tan perfecta podía ser así! A pesar de todo, decidí que una mala cita no iba a poder conmigo. Pero las expectativas eran tantas que la situación, como mínimo, se merecía mis lágrimas de rabia. Justo cuando ya estaba preparada para acabar con este desastre, sentí que alguien entró en el  baño. Al darme la vuelta vi que era Él y… ¡fue directo a por mi cuerpo y mis labios! No pude hacer otra cosa que empujarlo. En ese momento se dio cuenta del error, pensó que yo había ido al baño con la intención de que me persiguiera porque “no podía esperar más para tenerlo entre mis piernas”. Lamentando mucho la situación le dije que era la persona más indeseable que había conocido y me marché antes de que pudiera responderme. 

El paseo hasta llegar al trabajo lo pasé entre sonrisas y lágrimas. Decidí bloquearlo y tacharlo para siempre de mi lista de contactos. Cita terminada, cita olvidada –del todo no, como podéis ver–. Lo más importante es que me prometí a mi misma que jamás volvería a aceptar una cita con un hombre que se hubiera interesado primero en una amiga, también me prometí estar alerta ante las señales y no dejarme embaucar por el falso encanto seductor de nadie más. 



¡Hasta pronto!

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